- 16 Ene 2025
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Córdoba me saludó. Soplaba una brisa cálida. Las flores de azahar perfumaban el aire. Ansiaba perderme por sus callejuelas. La historia parecía grabada en cada piedra. La majestuosa Mezquita-Catedral fue la primera. Me quedé boquiabierta ante su belleza. Los arcos de herradura me cautivaron. Un ambiente místico lo envolvía todo. Luces y sombras danzaban.
Un turista me preguntó cómo llegar. Necesitaba el Patio de los Naranjos. Sonreí. Le indiqué el camino. Todos buscábamos algo aquí. Historia, belleza, quizá un selfie.
Salí. Mi propio camino me llamaba. Me dirigí al barrio de la Judería. Las calles estrechas me encantaron. Las casas encaladas me transportaron. Una pequeña taberna me atrajo. Probé el salmorejo. La sopa fría estaba deliciosa. Era una especialidad local. El camarero bromeaba. Dijo que el secreto era el ajo. «¡Pero no se lo digas a nadie!»
Mi barriga se llenó, mi curiosidad creció. El Alcázar de los Reyes Cristianos llamaba. Las fuentes cantaban en los jardines. Paseé por los jardines. Me imaginé a los viejos reyes paseando. ¿Las palomas también hurtarían sus bocadillos?
Caía la tarde. Subí al Puente Romano. La puesta de sol bañaba la ciudad. Era la envidia de un pintor. Reflexioné sobre el día. Córdoba mezclaba pasado y presente a la perfección. La experiencia fue profunda. Estaba en la ciudad histórica. Allí había encontrado lo que buscaba. Sentí la historia. La belleza me cautivó.
Un turista me preguntó cómo llegar. Necesitaba el Patio de los Naranjos. Sonreí. Le indiqué el camino. Todos buscábamos algo aquí. Historia, belleza, quizá un selfie.
Salí. Mi propio camino me llamaba. Me dirigí al barrio de la Judería. Las calles estrechas me encantaron. Las casas encaladas me transportaron. Una pequeña taberna me atrajo. Probé el salmorejo. La sopa fría estaba deliciosa. Era una especialidad local. El camarero bromeaba. Dijo que el secreto era el ajo. «¡Pero no se lo digas a nadie!»
Mi barriga se llenó, mi curiosidad creció. El Alcázar de los Reyes Cristianos llamaba. Las fuentes cantaban en los jardines. Paseé por los jardines. Me imaginé a los viejos reyes paseando. ¿Las palomas también hurtarían sus bocadillos?
Caía la tarde. Subí al Puente Romano. La puesta de sol bañaba la ciudad. Era la envidia de un pintor. Reflexioné sobre el día. Córdoba mezclaba pasado y presente a la perfección. La experiencia fue profunda. Estaba en la ciudad histórica. Allí había encontrado lo que buscaba. Sentí la historia. La belleza me cautivó.